sábado, 3 de octubre de 2009

Diferencias y parecidos entre el deporte moderno y el practicado en la antigüedad

Artículo de Pablo A. Gil Morales, publicado en la Revista TAVIRA (2002, 18, 33-50)


INTRODUCCIÓN

La concepción de deporte en este artículo es la de su acepción fuerte, es decir, considera deporte exclusivamente al deporte de competición y profesional. Quedan excluidos del análisis otras manifestaciones deportivas de carácter educativo, higiénico o recreativo: no se va a tratar de la enseñanza (educación física), ni de los ejercicios o actividades físicas que buscan la salud corporal, ni de las actividades físicas que buscan la mera satisfacción del protagonista. La mención de alguna de estas otras realidades o manifestaciones deportivas se haría para ilustrar algún aspecto concreto del deporte competitivo, pero no ha de entenderse en ningún momento que las diferencias o parecidos analizados se refieran a ninguna de ellas.

Existe cierta tendencia a pensar, creer y manifestar que lo que conocemos hoy como deporte es un fenómeno eterno y universal. Se tiende a calificarlo de eterno –es decir, presente en todas las épocas de la historia humana– y de universal –presente en todas las culturas humanas– porque su presencia actual ha llegado a ser tan imponente que ya resulta un ejercicio mental costoso (y poco productivo) pensar que no siempre fue así. Se vive con la ilusión de que siempre fue así: es la “permanencia ilusoria” de la que habla Parlebas (1988: 47) para categorizar una de las apariencias del deporte.

Parlebas se apoya en Ulmann para insistir en la “sempiterna referencia a Olimpia”, en la continua comparación entre las competiciones olímpicas actuales (y otras manifestaciones deportivas similares actuales: campeonatos mundiales, europeos, americanos...) y las de la Grecia clásica. Opina Ulmann que estas comparaciones debían mostrar mucho más todo lo que separa ambas manifestaciones que no, en cambio, los supuestos parecidos.

Entre las razones utilizadas para esta continua referencia al período clásico griego, además de las derivadas o conectadas con aspectos obvios (que son todos los que rodean a la inspiración de Coubertin), habría que mencionar la de que este período de la historia y de la cultura es una referencia amplia y obligada para entender algunas de las manifestaciones de la cultura occidental. Independientemente (aunque sea algo difícil) de las conexiones lingüísticas –más abundantes entre nosotros que entre otros pueblos representativos de la cultura occidental– con la Grecia Clásica, se ha establecido una ideología de valor positivo para este período basada en logros culturales como la filosofía, la medicina, la política, la literatura, la educación, la arquitectura o la escultura. Con este planteamiento, que sigue siendo muy actual (y en este sentido se podría hablar de la sempiterna referencia a Grecia para cada uno de estos aspectos), no es de extrañar que se insista en la referencia a Olimpia (añadiendo así indudables valores éticos y prestigiosas referencias históricas) como espejo deportivo, base del espíritu deportivo o solución deportiva a los conflictos políticos por proporcionar entendimiento y concordia entre los pueblos. Si se hace con el término democracia, ¿por qué no hacerlo con el de deporte?

No es este el lugar apropiado para señalar los parecidos y las diferencias entre las democracias griega y occidental. Sí es nuestra intención hacerlo con las prácticas deportivas. Para ello no dejaremos de fijar nuestra atención –aunque no de forma exclusiva– en las prácticas deportivas del período clásico. Intentaremos ver qué hay de común entre el deporte actual –tal y como es entendido y practicado en la actualidad– y el concebido y practicado en otros momentos de nuestra historia. Lo que nos interesa es señalar la existencia de lugares comunes y lugares diferentes.


SOBRE LAS DIFERENCIAS

Según Guttman (1978), las diferencias fundamentales serían las presentes en el siguiente cuadro.


Secularización
Igualdad y democratización
Especialización
Racionalización
Burocratización
Cuantificación
La búsqueda del record


Este planteamiento –muy conocido en los círculos especialistas– propone muchas diferencias. Sin embargo, podemos encontrar que tales diferencias son, en gran parte, relativas, ya que existen connotaciones del deporte actual que se apuntaban en la antigüedad. Vamos a comentar cada uno de los puntos señalados por este autor, advirtiendo las diferencias de carácter cuantitativo y las de carácter cualitativo.


Secularización

La secularización –en este contexto– es la pérdida de vigencia de lo religioso como referente principal del hecho deportivo. Actualmente la religión y el hecho deportivo no aparecen ligados institucionalmente de forma expresa, aunque –por supuesto–, se pueden observar ofrendas religiosas, acciones de gracias, atletas que se santiguan, sacerdotes ligados a clubes deportivos o bendiciones de instalaciones deportivas, tal y como pueden aparecer en otros ámbitos humanos. La presencia del hecho religioso en el deporte ha adquirido un matiz de normalidad, suficientemente diferente al destacado papel central que ocupó en otras épocas.

En la Grecia Clásica, podemos ver que los Juegos Olímpicos (y otros similares) eran acontecimientos religiosos. Se piensa que, concretamente los Juegos Olímpicos fueron, inicialmente, ceremonias fúnebres de culto a los muertos (Segura, 1992: 162) que se transformaron de sacrificios humanos a combates sangrientos y, posteriormente, pasaron a ser luchas corteses de fuerza y destreza. De dedicarse a los muertos se pasa a consagrarse a los dioses. Basten las siguientes menciones para demostrar el carácter religioso: los Juegos Olímpicos se dedicaban a Zeus, eran presididos por una mujer sacerdotisa, incluían el primer día del programa ofrendas religiosas, otro de los días se centraba en la inmolación de cien bueyes al dios, y el último día se celebraban sacrificios de acción de gracias en diferentes altares.

ESTE CONTENIDO RELIGIOSO FUE DECAYENDO CON EL PASO DEL TIEMPO.

Ya sobre el siglo V a.C. encontramos comentarios que indican que el espíritu religioso no es el que prima en estos juegos deportivos. El contenido religioso va dando paso al profesionalismo deportivo. Muchos siglos después, a lo largo del siglo XX, podremos ver como con el espíritu olímpico de Coubertin sucederá lo mismo.

La primera olimpíada de la que se tiene noticia histórica se celebró en el año 776 a. C., aunque se habla de un origen anterior –en el 884 a. C.– atribuido a un personaje mítico, el rey Ífito (Le Floc´hmoan, 1969: 17; Gillet, 1971: 31). Las olimpíadas fueron abolidas en el año 393 d. C. por Teodosio I.

También para honrar a los dioses se instauran los Juegos Nemeos. Se celebraban cada dos años y, si bien al principio se realizaban en Nemea, se llevaban a cabo en Argos. Los Juegos Píticos se celebraban en honor de Apolo (en honor de la victoria de este dios sobre la serpiente Pitón). Los Juegos Ístmicos se celebraban en el istmo de Corinto en honor del héroe Melicertes, y fueron instaurados o bien por Teseo o bien por Poseidón. Como vemos, todos estos juegos panhelénicos tienen una amplia base religiosa (aunque eso no quiera decir que el espíritu religioso se mantuviera durante todo el tiempo en el que se celebraron). Sobre el momento de la aparición y desaparición de cada uno de los juegos mencionados no hay certeza absoluta; sabemos que se extendieron durante grandes períodos de tiempo y que, tras el edicto de Teodosio I, el resto de Juegos fue sufriendo, más o menos, el mismo destino.



En la Edad Media existen algunos espectáculos que guardan cierta relación con los espectáculos deportivos actuales: los duelos entre caballeros. Este tipo de enfrentamientos toma una forma especial en las ordalías denominadas juicios de Dios (Voltes, 1999: 113) según las cuales se dirimían diferencias entre estos caballeros con el combate físico. El vencedor en la lid física ha sido el que Dios ha favorecido, con lo que el elemento religioso aparece claramente ligado a la destreza guerrera (deportiva).

En algunas fiestas religiosas se incluían tanto torneos como justas entre caballeros (Rodríguez López, 2000: 137). Si bien la Iglesia llega a oponerse a algunas de estas manifestaciones, en realidad lo hace a las de alto riesgo –con lo que resulta que las más deportivas no son tan mal vistas.

En el origen moderno del deporte hay que detenerse en el papel desempeñado por las High Schools británicas, verdaderas cunas del deporte tal y como lo entendemos hoy. En estas escuelas privadas los clérigos desarrollaron el deporte como medio para controlar la disciplina y el comportamiento de los alumnos –por tanto, en un ámbito educativo– (Barbero, 1993: 14). Esta maniobra es el germen de lo que vendría después, y que podemos describir como sustentado por dos fuerzas sociales: por un lado, la aportación al movimiento deportivo que supuso el denominado “cristianismo muscular”, que no es otra cosa que la labor de los antiguos alumnos de las Public Schools dedicados a fundar clubes deportivos en su edad adulta; por otro, el hecho de que la mayoría de clubes deportivos de fútbol ingleses fueron fundados por instituciones religiosas o se establecieron en torno a parroquias, durante el siglo XIX. Cristianos musculares y curas coincidieron en promover las prácticas deportivas, ya que entendían que estas prácticas contenían elementos morales, educativos e higiénicos.

El posterior desarrollo del deporte ha hecho que éste derivara su control a instancias e instituciones no religiosas. Estas instituciones, de carácter público y de carácter privado, son las encargadas de sostener el fenómeno deportivo. La presencia religiosa en el deporte actual no es central ni es la justificación del mismo. Se reduce a las anecdóticas situaciones comentadas en el principio de este apartado. Lo que sí puede mantenerse –e incluso cobra cierta actualidad– es la función del deporte (más que del deporte, del ejercicio físico) como disciplina adecuada para apartar al hombre de tentaciones o desviaciones sociales a priori condenables. Se conserva aún un resto o un vestigio de ese “cristianismo muscular” antes mencionado, aunque más que en el ámbito deportivo, podemos ubicarlo en el ámbito educativo (sobre todo, reeducativo) o higiénico. Claro que, según esto, el cambio es también evidente, ya que si antes el deporte podía servir como ofrenda a los dioses o como un camino para acercarse a ellos, ahora, desde esta perspectiva, el deporte sería, más bien, una forma de alejarse del diablo.


Igualdad y democratización

Estos aspectos son propios del deporte actual ya que resultan muy modernos. Ni el acceso a la práctica deportiva era paritario en la antigüedad, ni las condiciones de las intervenciones eran las mismas. Ya sabemos que en Grecia los deportistas sólo podían ser hombres libres; quedaban excluidos no sólo los esclavos sino también las mujeres y los extranjeros. Con respecto a las mujeres hay que matizar que la prohibición fundamental era para su participación en los Juegos Olímpicos –probablemente incluso como espectadoras–, pero que tenían sus propios juegos, los llamados Juegos Hereos o Heraias (Segura, 1992: 183), básicamente consistentes en carreras a pie. Es también probable que pudieran participar en los Juegos Ístmicos, los Píticos y los Nemeos. La peculiaridad de los Juegos Olímpicos de no permitir la participación a las mujeres fue conservada por Coubertin en la primera Olimpíada moderna –celebrada en Atenas en 1896–. Coubertin pensaba que el papel de las mujeres era el de coronar a los vencedores (Barbero, 1993: 37). Ya en la siguiente –París, 1900– empieza la contribución femenina, si bien de forma muy tímida (golf y tenis).

En Roma, si bien los hombres libres podían ejercitarse, los protagonistas de los sus juegos eran los esclavos que hacían de gladiadores. Por cierto que estos gladiadores no combatían en igualdad de condiciones: portaban distintos tipos de armas. La desigualdad también afectaba a otros aspectos: se organizaban combates de hombres contra fieras, de enanos contra mujeres, etc. (García Ferrando, 1990: 40).

El acceso restringido a las prácticas deportivas en la Edad Media se evidencia en el hecho de que las justas y torneos estaban reservados a la nobleza. Las clases populares tenían sus propios juegos –distintos a los combates– que, por cierto, evolucionarían hacia los deportes actuales a medida que fueron rescatados o reconvertidos por las clases altas. Estos juegos deportivos populares a los que nos referimos se basaban en encuentros en torno a una pelota o balón en los que participaban cantidades descomunales de personas (no estaba reglado el número de participantes), se jugaba en terrenos no siempre bien delimitados (a veces incluso el pueblo o la ciudad entera servían de marco), y el número de deportistas no era el mismo entre los bandos contendientes. Por ejemplo, podían competir, cincuenta contra cien, un pueblo contra otro, o solteros contra casados (Gillet, 1971: 50). Una descripción muy sabrosa de este tipo de acontecimientos la podemos encontrar en Dunning (1993; 83), destacándose el hecho de la falta de igualdad en las condiciones de los participantes.

Cuando a mediados del siglo XIX, en Inglaterra, se pone en marcha el movimiento deportivo, no hay que olvidar que éste tiene un origen claramente aristocrático.

EL DEPORTE TIENE UNA CONNOTACIÓN ELITISTA EN SU ORIGEN MODERNO.

Por un lado, ya se ha mencionado que nació en las escuelas privadas inglesas, a las que acudían los miembros más ricos de la sociedad (nobles y grandes comerciantes). Estos alumnos eran de sexo masculino. Estos alumnos practicaron los deportes populares cambiando las reglas cuanto consideraron necesario para acomodarlos a menores niveles de violencia y realizando ajustes que favorecieran la igualdad en la práctica. Cuando años más tarde, estos alumnos son adultos y fundan diversas asociaciones deportivas, se encargan de dejar muy claro que la dedicación deportiva pura es de tipo amateur (aficionado, contrario al profesionalismo). Esta idea cuadra muy bien con la mentalidad elitista que la propugna: a ningún noble, caballero o rico hacendado le hace falta el deporte como medio productivo de vida. Esta idea se mantuvo hasta finales del siglo XX en el ámbito de las competiciones olímpicas, coincidiendo con el desarrollo del profesionalismo a lo largo de este mismo siglo en la práctica totalidad del resto de competiciones deportivas.

La democratización del deporte (el acceso al mismo como permitido para cualquier ciudadano) es un hecho muy reciente en la historia. Aún hoy ciertas prácticas deportivas conservan un halo de pertenencia a ciertas clases sociales, fundamentalmente por la inversión económica necesaria para esas prácticas. Más que de prácticas consagradas a ciertas clases, puede hablarse de prácticas reservadas a quienes posean cierta holgura económica. No hay prohibición para la práctica; hay un handicap (económico) que puede o no ser superado. Las políticas estatales han ayudado o contribuido a extender algunas de estas prácticas a la mayoría de la población (construcción de piscinas, de campos de golf de uso público, de pistas de tenis, etc.). El reclutamiento de deportistas profesionales tiende (aunque dependerá también de las posibilidades de acceso a los representantes comerciales) a primar el rendimiento efectivo del deportista, su potencial deportivo. Tanto es así que algunas universidades americanas se han visto acusadas de favorecer sus intereses deportivos por encima de los académicos.


Especialización

Los deportistas actuales son especialistas en un deporte, e incluso en un área de ese deporte. Aparte del escaso número de especialidades que intentan abarcar o incluir a varias (decathlón, triathlón, etc.), lo más frecuente es que un deportista sólo practique un deporte y, por ende, sólo domine en ese deporte. Cabe preguntarse hasta qué punto esta diferencia es tal, ya que el especialista ya existía antiguamente. Si bien tenemos conocimiento de pruebas antiguas como el pentatlón, elogiada por Aristóteles (Le Floc´hmoan, 1971: 22) por ser las que evidenciaban a los atletas más completos, la temprana emergencia del profesionalismo tuvo que influir, junto a las apuestas, en la emergencia de los especialistas. No parece muy razonable pensar que quien corriera a pie, fuera el mismo que lo hiciese en lo alto de un carro o sobre un caballo. En Roma, los gladiadores también eran de distintos tipos y, por tanto, especialistas en un tipo de armas y destrezas.

LA ESPECIALIZACIÓN SE HA ACRECENTADO EN EL DEPORTE MODERNO

La diferencia es de tipo cuantitativo. Hoy en día, como para cualquier otra función en la sociedad, el deportista se ha especializado aún más. La división del trabajo (distintas funciones para distintos puestos laborales) tiene su correlato en el deporte profesional. Cabría preguntarse por otras realidades laborales, impuestas por los tiempos, y su repercusión en el deporte profesional: por ejemplo, ¿qué sucede en el campo deportivo con el reciclaje o con la reconversión? El reciclaje tiene su parangón evidente (y meritorio) en el entrenamiento diario –acuciado por la proximidad de la competición y por la cortedad del período deportivo productivo (el rango de edad útil del deportista como tal)–. En cuanto a la reconversión es algo no tan evidente por el gran público, que sólo conoce los deportes más populares (los más popularizados por los mass media): cuando un deporte no consigue el interés del público sus practicantes en el ámbito competitivo –o aspirantes a serlo profesionalmente– o bien dejan de ser deportistas o no llegan a serlo a tiempo total (obteniendo sus ingresos por otro tipo de actividad laboral). En cuanto al posible cambio total de especialidad deportiva –episodios anecdóticos puntuales aparte– no hay aún suficientes informaciones o estudios referidos al período ya productivo (sobre el período de aprendizaje sí existen más, al igual que sobre cambios parciales o internos en un área o especialidad).


Racionalización

La racionalización es la planificación científica del trabajo, en este caso el trabajo deportivo, para disponer los medios utilizables de forma que garanticen al máximo los objetivos buscados. La racionalización consiste en organizar la producción o el trabajo de forma que aumenten los rendimientos o se reduzcan los costos. En el mundo del deporte moderno podemos ver que los objetivos que se fija un atleta o un club deportivo se intentan alcanzar proponiendo una serie de medidas que afectan a muchos aspectos o elementos. Cada uno de estos aspectos o elementos es objeto de consideración propia a la luz de los conocimientos acumulados y de los medios tecnológicos disponibles en la actualidad. Entre los elementos que suelen ser objeto de estudio, modificación y aplicación (siempre buscando mejorar y maximizar los objetivos) en el deporte se encuentran: la preparación técnica, la preparación táctica, la física, la psicológica, la alimentación y el régimen de vida, el material deportivo, las instalaciones, las equipaciones, las reglas deportivas, etc.

LA RACIONALIZACIÓN EN EL DEPORTE
NO ES ALGO DEL TODO DESCONOCIDO EN LA ANTIGÜEDAD.


Los conocimientos y la tecnología en este campo, como en el resto, han evolucionado a grandes pasos desde el siglo XIX; ahora el deportista cuenta con unos medios y con un interés derivados de la aplicación rigurosa de un sinfín de nuevos métodos. Todos y cada uno de los elementos mencionados en el párrafo anterior cuentan en la actualidad con un corpus de conocimientos y de instrumentos que no sólo han alcanzado un gran nivel de depuración (marcando gran diferencia con otras épocas) sino que, además, se encuentran en permanente revisión y, por tanto, en permanente evolución. Para ello basta fijarse en la evolución que han sufrido los métodos de entrenamiento o los materiales deportivos. La racionalización no sólo ha hecho que se consideren más elementos en la planificación deportiva sino que se profundice en el auténtico valor de cada uno de ellos.

La racionalización como diferencia entre el deporte antiguo y el moderno no es de carácter cualitativo, sino cuantitativo. Antiguamente también existían métodos, tácticas y se probaban diversidad de instrumentos. Lo que ha sucedido es que el crecimiento experimentado en los últimos siglos ha sido tan grande que no se admiten las comparaciones.


Burocratización

El aparato burocrático que rodea al deporte actual es, nuevamente como en tantas otras manifestaciones o instituciones actuales, inmenso. Repetiremos aquí que el cambio ha sido de índole cuantitativa, aunque añadiremos también aspectos cualitativos.

Para justificar los cambios cuantitativos, al menos con respecto a la antigua Grecia, hay que mencionar que ya existía un Consejo Olímpico o Bulé (Segura, 1992: 137) que se encargaba de organizar los juegos, conjuntando los aspectos puramente deportivos (reglas, jueces, tipos de competición, etc.) con los de índole económica y religiosa. Las diferencias con el Comité Olímpico Internacional actual, en cuanto a las funciones encomendadas, no diferían sustancialmente: el control absoluto de la organización. Incluso el prestigio social y político era similar: muy alto.

La organización y la reglamentación del deporte actual han sido también el resultado de una tendencia creciente de controlar las manifestaciones deportivas por parte del poder político. A medida que el deporte se ha constituido como una realidad social de gran peso específico ha surgido la necesidad política de acotarlo. La antigua Bulé permanece entre nosotros bajo diferentes y actualizadas formas que reflejan el crecimiento deportivo: no sólo el COI, sino los diversos organismos deportivos (federaciones internacionales, nacionales, regionales...), públicos y deportivos, que se han desarrollado y que regulan todos los aspectos que conviene al fenómeno.

Como factor cualitativo importante podemos mencionar la extensa legislación deportiva que los poderes políticos se han visto obligados a desarrollar. Incluso aquí caben hacer precisiones cuantitativas: son conocidas las legislaciones sobre las prácticas deportivas en la Edad Media, que intentaban, sobre todo, atajar las manifestaciones violentas que las rodeaban.


Cuantificación y búsqueda del récord

La cuantificación consiste en medir numéricamente las acciones deportivas. La gran presencia de especialidades y el desarrollo del deporte ha devenido en el registro de las actuaciones y en la posibilidad de comparación de las marcas obtenidas. Desde el momento de este registro se abre la posibilidad de obtener una marca superior: récord de medallas, récord de distancias, récord de tiempos, récord de goles, récord de campeonatos... Todo se cuenta y se compara, y la mejor marca (el récord) se convierte en una nueva –y temporal– referencia.

Se nos dice que los antiguos no medían ni cuantificaban las hazañas deportivas. Más bien habría que pensar que no disponían de instrumentos para ello, aunque es dudoso afirmar que no comprobaran la distancia alcanzada por un lanzador con su disco o el peso de éste. Otra cosa es que se conformaran con saber quién llegaba antes a la meta (qué caballo, qué carro o qué atleta) sin tener la necesidad de medir la distancia que le separaba del segundo o del tercero.

En la actualidad se han desarrollado instrumentos que pueden registrar el número de veces que un deportista interviene durante un partido, el tiempo de posesión, la distancia a la que se encuentra la meta en ese momento y el tiempo parcial obtenido durante una carrera, la velocidad a la que se desplaza un móvil, etc. Este progreso tecnológico se utiliza para el registro y la comparación. También se conservan documentos y registros históricos sobre lo acaecido en el mundo deportivo, al igual que se hace con otras facetas de la vida. Si se dice que el registro de marcas deportivas, por ejemplo, en Grecia, parece aportar una gran exageración en las mismas (saltos casi imposibles), habría que recordar que el recuento del número de bajas causadas al enemigo era también desmesuradamente exagerado. Y aquí hay que contar con dos factores: tanto con la tendencia a la exageración (por presunción ante el enemigo o para elevar la moral del pueblo), como con la falta de tecnología fina. Una vez más parece apropiado catalogar estas diferencias como de tipo cuantitativo.


¿Dónde están las diferencias claramente cualitativas?

Verdaderamente no encontramos tantas como las que, por el desarrollo tecnológico, hemos catalogado como cuantitativas. Las diferencias cualitativas –las que suponen algo cualitativamente novedoso– podrían resumirse en las siguientes ideas:

- La participación femenina actual es algo bastante novedoso en la Historia, siempre que nos refiramos a los Juegos Olímpicos. En otros juegos panhelénicos sí participaban. En otros momentos de la Historia (Roma, Edad Media, Nacimiento del deporte moderno...) las mujeres no participaron.

- Los griegos no llegaron a practicar deportes colectivos en las competiciones panhelénicas: eran pruebas individuales. Las pruebas colectivas, sin embargo aparecieron hace ya tiempo (en Roma ya se desarrollaban –enfrentamientos entre barcos–; en la Edad Media estaban representados por los torneos entre caballeros).

- En el deporte actual es una regla universal competir en condiciones de igualdad. Incluso se han depurado diferentes categorías para los deportistas, con más garantías que en la antigüedad.

- El acceso a la participación no le es negado a nadie: se ha alcanzado la participación democrática y ya no es necesario ser ciudadano de Grecia, esclavo romano, noble medieval o gentlemen para ser admitido en la práctica deportiva, al menos sobre el papel.

- La religión no forma parte central de las prácticas deportivas competitivas actuales.


SOBRE LOS PARECIDOS

Establecidas las diferencias, hora es ya de señalar las coincidencias. Algunas han sido ya señaladas. García Ferrando (1990: 48) destaca las siguientes, que serán objeto de nuestro análisis inmediato (posteriormente, añadiremos otros aspectos):


El culto al héroe
El profesionalismo
La preocupación por la ayuda médica y técnica
La existencia de situaciones violentas


El culto al héroe

Tanto en la antigüedad (da igual el período histórico) como en la actualidad, el deportista ha gozado de status de héroe. La gloria alcanzada en los desempeños olímpicos (simbolizada en la manzana, la rama de olivo o la rama de palma) otorgaba el respeto generalizado y la admiración del público y de los ciudadanos (Durantez, 1975: 208). Los poetas cantaban sus proezas tal y como actualmente las cantan los periodistas (indudablemente, con más mérito literario aquellos que éstos). El atleta como modelo de vida o como ejemplo para la juventud es un recurso tan actual como antiguo. El culto a la destreza corporal estaba muy presente en Grecia. Incluso en Atenas existieron unos juegos (los Panateneas) que incluían concursos de belleza masculina (Segura, 1992: 101); también los hubo de belleza femenina. La situación, pues, parece reflejar una constante histórica: el deporte siempre ha conllevado –al menos para la mayoría de la ciudadanía– la admiración por el vencedor. Esta admiración conlleva, a su vez, un alto grado de identificación con el mismo: se comparte su gloria, se vive –por delegación (Antonelli y Salvini, 1978: 265)– su alegría (y también su pena).

El ideal caballeresco de la Edad Media y la “gloria deportiva”, obtenida en justas y torneos, tienen su parangón en la Inglaterra del XIX (la “cuna deportiva moderna”) con el ideal “amateur” clasista. Es el desarrollo posterior del profesionalismo, que, además, coincide con la extensión del fenómeno deportivo, el que renovará el gusto del público por manifestarse de forma excesiva –ensalzándolo– hacia el (¿nuevo?) héroe.


El profesionalismo: los premios.

Este apartado se refiere a la dedicación profesional deportiva como medio productivo de subsistencia. El deportista profesional puede serlo a tiempo total o a tiempo parcial. Dedicarse al deporte para ganarse la vida es algo que ya estaba presente en la Grecia Clásica. Dado que el campeón obtenía suculentas recompensas, muy pronto hubo quien se dedicó con todo empeño a estos menesteres. El premio de la rama de olivo o de la rama de palma tenía la misma función que la medalla olímpica actual: simbólico. Los campeones podían obtener desde la exención de impuestos, el nombramiento de un cargo público, premios de 500 dracmas (Durantez, 1975: 215), además de otras recompensas de carácter “distinguido” como el ser representados en estatuas o en monedas, y citados y alabados en cánticos y poemas. Demasiadas veces se ha insistido en presentar a los atletas griegos como hombres virtuosos que sólo aspiraban a los honores de la gloria; cuando esto fuera así habría que pensar que los ingresos de los deportistas estarían asegurados por otra vía. Las apuestas se desarrollaron muy pronto e incluso tenemos noticias de maniobras fraudulentas en las que estaban implicados los propios atletas (Le Floc´hmoan, 1969: 71), así como de los tipos de sanciones que conllevaban estos hechos.

En Roma el profesionalismo también existió –aunque llamar profesionales a los vencidos en las guerras y hechos esclavos, para “ganarse la vida” como gladiadores en el circo, no sea la idea más compartida entre nosotros de lo que es un profesional–. También hubo ciudadanos libres que ejercieron como gladiadores profesionales, atraídos por la paga (Rodríguez López, 2000: 123). Los conductores de carros eran profesionales –no esclavos– y a ello se dedicaban. Parece que su procedencia social era, más bien, de estratos bajos (Paoli, 1973: 333). Sin embargo, esta dedicación atrajo, puntualmente, a notables ciudadanos –al igual que algunos hicieron “sus pinitos” como gladiadores o como matadores de fieras en el circo.

El profesionalismo encontró en el siglo XIX en Inglaterra una gran oposición por parte de quienes “reinventaron” los deportes. La clase alta entendía el deporte como una dedicación amateur y se negaban a que se constituyeran asociaciones profesionales. Las clases menos pudientes vieron en el nuevo movimiento deportivo una forma de obtener ingresos. Se desarrollaron profesionales deportivos y se multiplicaron las apuestas. El movimiento olímpico persistió hasta finales del siglo XX en el carácter amateur de los participantes en los juegos, si bien hay mucho que matizar incluso aquí, ya que se produjeron hechos de muy dudosa coherencia con este espíritu (becas de diversa índole, consideraciones dispares acerca de los ingresos o subvenciones de los deportistas, y diferente rasero según los países) (Cagigal, 1981: 51).


La preocupación por la ayuda médica y técnica

Todo un cuerpo de entrenadores y médicos ha acompañado a los deportistas profesio-nales en su camino hacia el triunfo o la superación. En Grecia, el entrenamiento estaba organizado y planificado por entrenadores (que seguían programas como los denominados “tetras” –ciclos de cuatro días con diferente intensidad de trabajo físico–), los deportistas podían estar todo el día entrenando (otro factor que habla a favor del profesionalismo deportivo) y estaban sometidos a distintas pautas higiénicas y alimenticias (Durantez, 1975: 241).

La evolución de los sistemas de entrenamiento y de la medicina deportiva es obvia. Se han desarrollado sistemas, en los dos campos, que reflejan claramente la disponibilidad de medios para el deportista profesional.
La existencia de situaciones violentas

El deporte aparece en la Historia rodeado frecuentemente de situaciones violentas. Estas situaciones pueden centrarse tanto en los propios protagonistas (los deportistas), en sus acompañantes o servidores (el cuerpo técnico) o en el público; frecuentemente, afecta a todas las partes. La violencia que pudiera afectar a los deportistas o a sus técnicos es bastante comprensible si hacemos una lectura económica: por encima de glorias y honores, no olvidemos que se trata de obtener una determinada ganancia económica y material. Digamos que, aunque esta violencia sea rechazada a priori (y, de hecho, las reglas del juego deportivo la rechazan), el profesionalismo del deporte (la dependencia económica) no garantiza que se ignore esta vía –la violenta– como medio hacia la meta o como recurso vengativo por lo perdido. Sin embargo, hay quien piensa que, precisamente, el profesionalismo deportivo es lo que garantiza el alejamiento de las situaciones violentas, ya que los deportistas creen en las reglas del juego.

Según Dunning (1993) –que sigue la línea del autor Norbert Elias– la existencia de situaciones violentas conectadas con las competiciones deportivas ha existido siempre y, contrariamente a opiniones vulgares, son en la actualidad mucho menos frecuentes y menos intensas que en la antigüedad. Como ejemplos de la existencia de situaciones violentas cabe citar la necesidad de los griegos de utilizar guardianes del látigo o guardianes de la porra para prevenir o castigar al público demasiado interesado en los avatares de los deportistas, las crónicas escritas sobre tumultos en los estadios romanos (los pompeyanos tuvieron que ser excluidos de la asistencia a los juegos romanos durante diez años, en tiempos de Nerón, por haber causado en el anfiteatro numerosos heridos y muertos a los espectadores nucerinos) o los bizantinos (30.000 muertos en los días siguientes a la celebración de las carreras de cuadrigas originados por enfrentamientos entre las facciones de seguidores: fue en el 532, en tiempos de Justiniano y se denominó la rebelión de Nika).

También el propio deporte se ha suavizado en sus manifestaciones y reglas, y actualmente resultarían incomprensibles algunas especialidades de lucha griega, los espectáculos de gladiadores en Roma, o las prácticas de juegos deportivos de pelota durante la Edad Media o La Edad Moderna –que alcanzaron “formas de violencia física hoy prohibidas” (Dunning, 1993: 90)–. Remito al lector interesado a que acuda a la obra citada anteriormente para poder saborear las situaciones que describe.


Y, ADEMÁS, OTROS PARECIDOS

Otras constantes históricas que se pueden observar en el deporte son algunas de las siguientes: la persistente unión entre deporte y educación, la necesidad de público presente en la competición, el uso político del deporte y el montante económico necesario. Vamos a comentar cada una de ellas.


La persistente unión entre deporte y educación

Ya sea por su contribución a la formación del guerrero o por su contribución a la formación del carácter, el hecho es que la idea de que el deporte contribuye o completa la educación del individuo está muy presente a lo largo de la Historia. Si bien los filósofos griegos podían advertir de ciertos riesgos o excesos deportivos –y se inclinaban más hacia la gimnasia que hacia el deporte– no dejaban de recomendar este último. Esta tendencia es más matizada en los sofistas y en Sócrates, que no terminan de encontrar en el deporte algo interesante para el ciudadano. Platón y Aristóteles sí lo hacen. Platón llegó a participar en los Juegos Ístmicos para muchachos. Hay que aclarar que la diferencia entre Educación Física y Deporte no siempre está clara en la Historia –ni siquiera está clara en la actualidad para muchos– y no podemos analizar con ideas actuales lo que no siempre estuvo separado en la antigüedad.

En Roma, el deporte está reservado a un tipo social concreto (con las excepciones conocidas y comentadas anteriormente). En la educación del ciudadano se considera más adecuado lo que hoy sería encuadrado como educación física –todo lo relativo a los baños–, y no el deporte en sí –que se admira más como espectáculo.

El valor educativo del deporte es sostenido (y recuperado) a finales del siglo XVIII y principios del XIX en Inglaterra, en las High Schools. Este valor se desarrollará durante todo el siglo XIX y, desde entonces surgirán diversas corrientes educativas que lo primarán o lo rechazarán en favor de la educación física. Tanto el movimiento olímpico como el movimiento deportivo prestan sus voces a los valores positivos del deporte como medio educativo. Además de las voces expertas en el terreno educativo (profesores y pedagogos, más inclinados –aunque no de forma unánime– hacia la educación física), se escucharán otras que intentan demostrar la aportación del deporte a la educación: los padres, los entrenadores, los alumnos y los deportistas.


La necesidad de público presente en la competición

Aunque no figura entre las características usuales que se mencionan a la hora de definir el deporte, la presencia del público es una constante que parece primordial. El deporte competitivo, que es del que venimos tratando aquí, o competitivo-profesional –que sigue siendo el que estamos tratando (ahora, mencionando una de sus características primordiales)– adquiere su sentido total cuando se realiza públicamente, delante de un público que admira, valora, decide, anima, paga, felicita o muestra irritabilidad ante el producto.

Si pensamos que los Juegos Olímpicos fueron en sus inicios ceremonias o celebraciones (fúnebres o religiosas) estamos ya delimitando el escenario: protagonistas y admiradores, héroes y salvados, actores y espectadores. O, como en cualquiera de los muchos ritos sociales establecidos: directores y dirigidos. La denominación de deporte-espectáculo se acuñó para describir los acontecimientos que suponían las competiciones y que han terminado por convertirse en auténticos acontecimientos que congregan periódicamente a variables cantidades de público (en este sentido da igual el partido de fútbol del modesto equipo local del fin semana, que la final de la copa del mundo; la diferencia es cuantitativa: más o menos público). Incluso, al deporte-espectáculo ya le da casi igual que el público esté presente en el entorno cercano (en la grada), cuando está asegurada su presencia a distancia (pero en directo) a través de las televisiones. La certeza de estar siendo observados –aunque sea a distancia– da alas a los deportistas.

El público estuvo siempre presente en los diferentes juegos panhelénicos, en el circo, en los estadios romanos, en los torneos y justas medievales y en los modernos graderíos. Es más, el final de un tipo de competición o de una especialidad deportiva se puede pronosticar por la falta de seguimiento de público. Si no hay público, no hay espectáculo: si no hay público, no hay deporte (competitivo-profesional). Este deporte –sin público– puede subsistir como práctica deportiva, como juego deportivo, pero deja de pertenecer a la familia del deporte institucionalizado (Parlebas, 1988: 50). Este tipo de deporte –sin público– es como una representación dramática sin coro (Mumford, 1991. 122).

Así pues, además de considerarse una constante histórica para el deporte, puede considerarse la existencia (la necesidad) de público como una de las características básicas del hecho deportivo –tan básica como la de ser un hecho de naturaleza competitiva, de actuación física (implicación corporal) y de atenerse a unas reglas, amén de la institucionalización del hecho deportivo en sí, como sugiere Parlebas (1988: 49)–. De esta forma el público se convierte en uno de los elementos puestos en juego en el hecho deportivo (deportistas, jueces y público). Mientras que el deportista ejecuta las acciones físicas y los jueces las sancionan y regulan, el público es el encargado de aplaudir y retribuir estas acciones. Estas tres funciones son las que dan sentido a ese acto institucionalizado llamado deporte (espectáculo).


El uso político del deporte

Las representaciones o escenificaciones deportivas tienen un uso político constante en la Historia de la humanidad. Las ideas que subyacen a este tipo de comportamiento político con respecto al deporte han sido debatidas por buena cantidad de autores y pensadores. Podemos intentar reunirlas en los siguientes enunciados:

- EL DEPORTE LEGITIMA AL PODER POLÍTICO ESTABLECIDO.- Como dice Brohm (1993: 50), el deporte legitima y estabiliza al poder político, tanto por su carácter integrador (del pueblo) como por su ideología típicamente optimista al contener la idea de mejora. Esta idea puede expresarse así: “un pueblo que inventa los Juegos Olímpicos necesariamente es un buen pueblo”.

- EL DEPORTE CALMA AL PUEBLO.- Los espectáculos deportivos difundidos y transmitidos (Harris, 1996: 420) a los ciudadanos aseguran que éstos se retiren de las calles, evitándose así la posibilidad de otras demandas. Cobra el mismo sentido el antiguo “Pan y Circo” que un actual “Pan y Fútbol”.
- EL DEPORTE EDUCA AL CIUDADANO.- Aunque el poder político no coincida con parte de los planteamientos pedagógicos de los expertos, sí que se preconiza constantemente desde éste la idea de que los modelos deportivos (los campeones) sean un espejo para la juventud y para el resto de los ciudadanos. El poder político suele desarrollar legislaciones específicas que ensalzan la función educativa del deporte, no estableciendo siempre claras diferencias entre las distintas manifestaciones deportivas y proponiendo como cumbre de la pirámide al modelo ofrecido por el deporte de competición-espectáculo.
- EL DEPORTE SUSTITUYE A LA GUERRA.- Esta idea fue asumida ya en las antiguas olimpíadas: durante el período olímpico se establecía una tregua en la guerra. Actualmente podemos observar que las pugnas políticas tienen su parangón en las pugnas deportivas, y no es baladí el hecho de que, para muchos pueblos oprimidos política y económicamente, una victoria deportiva sobre un país opresor es considerada una victoria moral e incluso una humillación política.

- EL DEPORTE ELEVA LA IMAGEN DE LOS PUEBLOS.- El poder político considera que el deporte puede prestigiar a una nación o a una ciudad. Es tal el poder de convocatoria del hecho deportivo (aquí los medios de comunicación juegan un papel muy importante a través de la vía del beneficio económico) que se conceden los permisos para organizar los acontecimientos deportivos –que son innumerables y de variable gradación, aunque todos ellos sumamente significativos para el entorno para el cual están pensados– después de una muy dura pugna. Algunas ocasiones en las que más podemos evidenciar este tipo de marketing (política y deporte de la mano) son las puestas en conocimiento de determinadas poblaciones por haber sido la cuna de nacimiento de un campeón, o las comparecencias públicas conjuntas de políticos y deportistas (“la foto”).


El montante económico necesario

Aunque bastante conocido, es poco comentado el hecho de que los acontecimientos deportivos aquí tratados suponen un montante económico muy notable. La organización deportiva (en la antigüedad y ahora) conlleva un gasto importante. Ni las Olimpíadas eran gratuitas ni lo era el circo romano (aunque, a veces, se montara este último para compensar al pueblo –invitado gratis puntualmente–, obteniendo el dinero de impuestos a las casas nobles o utilizando parte del Tesoro). Ya sea por los impuestos recaudados para este fin (quinielas) o por los ingresos en taquilla, el hecho deportivo subsiste porque representa un gran beneficio económico para algunas de las partes implicadas. ¿Qué partes son éstas? Algunas de ellas son las siguientes:

- Los deportistas.
- Los técnicos deportivos (entrenadores y preparadores).
- Los técnicos burocráticos (presidentes, secretarios, vocales, etc.).
- Empresas de producción y venta de materiales y equipamientos deportivos.
- Empresas de producción y venta de ropas y calzados deportivos.
- Empresas de construcciones de instalaciones deportivas.
- Empresas de publicidad (agentes publicitarios).
- Empresas de productos parafarmaceúticos dietético-deportivos.
- Empresas de medios de comunicación (periódicos, revistas, radio, televisión –de información general y de información especializada–).
- Funcionarios de entidades públicas deportivas (nacionales y locales)
- Cargos de entidades privadas de interés público y carácter deportivo (internacionales, nacionales y locales).
- Profesionales, especialistas en el campo deportivo: médicos, fisioterapeutas, psicólogos, abogados, economistas, periodistas, etc.

¿De qué otra forma, sino así, pueden mantenerse y justificarse determinados sueldos y contratos de entidades y personas? Esta realidad –el deporte es, entre otras cosas, un negocio– no parece calar suficientemente en la población que lo sustenta. No es nada raro ya que este tipo de formación-información debiera ser suministrada, fundamentalmente, por los medios de comunicación de masas. Al fin y al cabo, este negocio compromete firmemente a los medios de comunicación, que no tienen por qué hacerse paladines de ningún desmontaje ético que comprometa a su bolsillo. Sería como pedirles a las productoras cinematográficas o a los dueños de las salas de proyección que hicieran o emitieran menos películas por su dudoso o poco afortunado contenido ético. Si los humanos necesitan héroes, aquí los tienen Uds.




BIBLIOGRAFÍA

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